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Misterios que no son revelados
Uno de los dogmas fundamentales del cristianismo es el dogma de la Santísima Trinidad. Es decir que Dios, siendo uno en sí, es al mismo tiempo tres personas distintas. Los cristianos de hoy, lógicamente pensarán que una doctrina tan profunda y tan importante, la Iglesia la habrá recibido así desde el principio, de labios del mismo Cristo, y creerán asimismo que un tema tan difícil de discutir e incluso de comprender, no ha tenido sus discrepantes. Pero la verdad es muy diferente. Cristo, al igual que no se pronunció con claridad ni afirmó nada tajantemente en lo que concernía a la organización o institucionalización de la Iglesia, tampoco dejó bien definidas las creencias fundamentales del cristianismo. En lo único que estuvo siempre claro y tajante fue en su mandamiento fundamental: «Amaos los unos los otros». El dogma de la Trinidad fue cosa que armaron poco a poco los hombres; primero los apóstoles, dejando las bases para que los Padres y teólogos de los siglos III y IV acabasen de darle la forma definitiva con la que semejante dogma se perpetuó. Pero como las bases de los apóstoles eran muy endebles y vagas, y por otra parte el contenido de la doctrina es ininteligible para la mente de un hombre normal, el resultado fue que las disputas en torno a la Trinidad estallaron inmediatamente. Se puede decir que la primera herejía estrictamente antitrinitaria fue la de los unitaristas, también llamados antitrinitarios porque no admitían la igualdad de las tres personas, y llamados asimismo monarquianos porque se consideraban a sí mismos como los únicos monoteístas. Era una herejía nacida de la lógica dificultad de conciliar la unidad de Dios con la trinidad de personas. He aquí como Boulenger resume sus ideas en su Historia de la Iglesia: Los herejes trataban de resolver la aparente contradicción de los dos puntos. Durante los tres primeros siglos, los herejes, para asegurar mejor la idea monoteísta, exageraban la unidad divina hasta suprimir la trinidad de las personas. Se dividían en dos categorías: los que suprimían la persona de Cristo; y los que usaban los nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para designar las distintas manifestaciones de la única persona divina. Los de la primera categoría se subdividen a su vez en dos grupos: los monarquianos que representaban a Jesús como simple enviado divino y el más grande de los profetas, y los subordinacianos que consideraban a Jesús como persona divina aunque subordinado al Padre y con una divinidad disminuida. Los herejes de la segunda categoría consideraban a las tres personas de la Trinidad como modalidades de los distintos aspectos de la misma sustancia, y de ahí el nombre que se les daba de modalistas. A Dios se le llama: Padre, considerado como Creador; Hijo, en cuanto Redentor, y Espíritu Santo, en cuanto Santificador. Según este sistema, Dios Padre fue crucificado en el Calvario; por eso sus partidarios recibieron, un poco irónicamente, el nombre de patripasianos. Perdone el lector, pero le he aportado este pequeño rollo teológico para hacerle ver que la doctrina de la Trinidad no ha llegado hasta nosotros sin grandes contradicciones y no ha estado nada clara desde el principio, ya que los que la contradecían no eran enemigos de la Iglesia sino casi siempre sacerdotes y obispos, y no raramente, ejemplares en sus vidas, hasta el punto de morir muchos de ellos como mártires en las persecuciones de los emperadores romanos. La cosa era que la doctrina no estaba nada clara, sino contradictoria en sí misma e inadmisible para una persona inteligente. Y que esto era así, lo demostró un siglo más tarde un sacerdote de Alejandría llamado Arrio. Los problemas que habían acarreado las herejías que acabamos de describir no fueron nada en comparación con la verdadera revolución que causaron las doctrinas de Arrio. En varias ocasiones, a principios del siglo IV, dio la impresión de que las doctrinas de Arrio eran las que iban a prevalecer en la Iglesia, dada la cantidad de gente que las seguía y, sobre todo, el poder político y eclesiástico de los que las defendían. El problema que se debatía era, en el fondo, el mismo: el papel del Hijo en el seno de la Trinidad; el Hijo no era igual al Padre, ni de su misma esencia, ni infinito, ni eterno; es la más perfecta de sus criaturas, pero criatura al fin, por el cual fueron creadas todas las cosas, y que llegó a una tal unión con Dios que en cierto sentido se le puede llamar Dios, pero sin dejar de tener una naturaleza propia de criatura. Eso poco más o menos defendía Arrio y todos sus seguidores. El más enconado opositor del arrianismo fue un obispo llamado Atanasio. Tal era el poder de los arríanos que en cinco ocasiones fue enviado Atanasio al destierro teniendo para ello que abandonar su diócesis de Alejandría. Pero al fín prevaleció su tesis en un Credo cuya recitación se hizo común en toda la Iglesia. Sin embargo no se crea que los problemas con la doctrina de la Trinidad ya quedaron del todo zanjados con los Concilios de Nicea y de Sárdica, y con la victoria de la tesis de San Atanasio. Un siglo más tarde tenemos al más importante de los Padres de la Iglesia occidental, San Agustín, discrepando abiertamente de la tesis de San Atanasio y explicando la esencia de la Trinidad de una manera que sin lugar a dudas hubiese sido declarada herética por éste. Estaban de acuerdo los dos Padres de la Iglesia en que las tres divinas personas tenían la misma esencia, pero discrepaban en unos cuantos puntos importantes. En primer lugar, disentían en su manera de enjuiciar las teofanías o manifestaciones de Dios a los hombres. Atanasio por ejemplo creía que las apariciones de Dios en el paraíso a Adán y Eva eran obra del Hijo y no del Padre. En cambio Agustín dice: «Creemos que ni el Padre ni el Hijo ni el Espíritu Santo se muestran a los hombres a no ser bajo la apariencia de una criatura corporal sujeta a su poder» (De Trinitate). Discrepaban además en lo que se refiere a la acción de las tres divinas personas. Atanasio creía que el autor del Universo era el Verbo. Agustín en cambio creía que la creación del mundo era obra de la Trinidad entera. En tercer lugar discrepaban en algo muy importante: en la manera de entender la esencia de Dios. Lo que San Agustín dice en este particular en su carta 170 de ninguna manera hubiese sido suscrito por Atanasio. Vea el lector la rara idea que de la Trinidad tenía Orígenes (182-251) uno de los mayores teólogos de aquellos tiempos: «Considero que Dios Padre, que todo lo contiene, alcanza a todos los seres y participa a todos de su ser; es justamente el que es. Más pequeño, sin embargo, que el Padre, el Hijo solamente llega a lo razonable. En relación con el Padre ocupa un sengundo lugar. El Espíritu Santo, más pequeño todavía, alcanza sólo a los santos. De esto se desprende que el poder del Padre es mayor que el del Hijo y el del Espíritu Santo... (De principiis, lib. I, cap. III, 5). Si así pensaba un gran Doctor de la primitiva Iglesia, ¿cómo pensaría el pueblo? No quiero cansar al lector haciéndole seguir los dimes y diretes teológicos de estos santos e imaginativos varones, que por otra parte tan poco nos preocupan hoy. He abusado hasta ahora un poco de su paciencia para ponerle de manifiesta cómo una cosa tan sumamente importante dentro de las creencias del cristianismo, como es la doctrina de la Trinidad, tiene unas bases tan turbias y tan inseguras. Bástenos, a manera de resumen, lo que dice Juan B. Bergua: «Tres cosas quedan establecidas: Primera, que hasta el año 165, aproximadamente, no hubo Trinidad en la Iglesia. Segunda, que, aparecidas por entonces, hubo hasta San Agustín varias Trinidades cuyos defensores lucharon con verdadero encarnizamiento por hacerlas prevalecer; pero acabaron todas por desaparecer porque era imposible sostenerlas. Tercera, que la actual Trinidad oficial de la Iglesia, tal como está (aunque no haya manera de comprenderla) salió perfectamente fabricada de la poderosa testa de Agustín de Tagaste» («Jeschua». El Verbo). No puede negarse que esta manera de concebir a Dios, uno en esencia y trino en personas, es en verdad extraña, ya que a la mente humana, por más que se lo expliquen, se le hace difícil de comprender. Pero por otro lado no es extraño que a la mente humana, tan limitada, se le haga difícil comprender a Dios. Ante esto, una pregunta se le viene a uno a la mente: ¿Es esta manera trina de presentar a Dios, exclusiva del cristianismo? Y de nuevo nos encontramos con una respuesta que no esperábamos: Casi todas las grandes religiones nos presentan a Dios como un ser complejo: una bina, una terna o una cuaterna. Y casi todas ellas, como es lógico, lo hacen de la misma manera confusa que el cristianismo. Las raíces de la trinidad cristiana son profundas y vienen de muy atrás." Tal como más adelante veremos, los Padres de la Iglesia quisieron por un lado equiparar la idea del Ser Supremo que ellos predicaban, con la manera como las grandes religiones lo presentaban, y por otro lado no hacían sino plasmar inconscientemente formas arquetipicas con que la humanidad intenta explicar lo inexplicable y definir lo indefinible. Serge Raynaud, hablando desde un punto de vista hermético o esotérico, se expresa así en su libro «Los grandes mensajes»: «La triple manifestación de lo Absoluto: Vida Forma y Pensamiento es constituida en la teología cristiana por Padre, Hijo y Espíritu Santo, traducido en la filosofía hindú como Sat, Chit y Ananda, que de ninguna manera hay que confundir con la trimurti brahmánica. La trilogía musulmana El-Aquil, El-Aqlu y El-Maqul es análoga a la teoría sefirótica de los hebreos, donde tenemos a Kether. Hochmah y Binah, lo que corresponde en el esoterismo egipcio a Tem. Shu y Tefnut que tampoco hay que confundir con las grandes divinidades de aquella religión. Los chinos tienen el Tei, Yang y Yinn, que corresponde como en el yoga a las tres fuerzas Sushumna, Píngala_e Ida que pueden ser asociadas de diferentes maneras». En este particular de las profundidades míticas de nuestros dogmas —y en concreto de la Trinidad— dos son los autores a los que especialmente hemos seguido, Jung y Mircea Elíade, que han profundizado mucho en el tema; aunque hay también que decir que su lectura en ocasiones no resulta nada fácil para el gran público. Algunas de las tríadas que han influido en la formación de la trinidad cristiana son, por ejemplo, las babilónicas y de ellas la principal es la constituida por Anu, Bel y Ea. Posteriormente vemos a Marduk en lugar de Bel, porque Ea, su padre, lo quiere así. A Marduk se le llama el Séñor» y es un mediador entre su Padre y la humanidad. Es además un «redentor» porque lucha contra el poder del espíritu maligno, y es también llamado «el misericordioso» a quien le gusta ser «resucitado de entre los muertos». También se le considera como un «salvador» y un «auxiliador». Como vemos, en la tríada babilónica ya había relaciones profundas entre las tres personas, y había también paralelos con las cualidades atribuidas a cada una de las personas de la trinidad cristiana. Posteriormente apareció la tríada secundaria de Sin, Shamash y Adad. Parece que Hammuirabi no adoraba a una tríada sino a una diada: Anu y Bel. Pero pasados los años, vemos al propio rey babilonio formando parte de una trinidad. En cuanto a cómo los egipcios concebían a la suma divinidad, hay que señalar que la concebían También como una tríada y de ella nos dice Jung que era una auténtica trinidad: Dios-Padre el rey (el hijo), y Kamutef a propósito del cual Preisigke demuestra en su estudio sobre la idea de Dios en el primitivo cristianismo, que «los primeros egipcios cristianos aplicaron sin más ni más su concepción tradicional sobre Ka al Espíritu Santo». Posteriormente todas estas ideas se concretaron en la terna Isis-Osiris-Horus. De Horus recién nacido y pronunciadas por su padre, leemos: «Ejercerá en este país un reinado de misericordia, porque mi alma está en él»; y dichas a su hijo: «Eres mi hijo carnal que yo engendré». Ambas frases podrían haber sido tomadas al pie de la letra de nuestra Biblia... si nuestra Biblia no las hubiese heredado de Egipto. Como resumen a todo el profundo estudio de Jung sobre las raíces de la trinidad cristiana en Babilonia y Egipto podríamos aducir estas citas, de su libro <<Simbología del espiritu> (Fondo de Cultura, México): «Todas estas ideas pasaron al sincretismo helénico y Filón y Plutarco tas transmitieron al cristianismo. Por lo tanto no es exacto, como aseguran aún en ocasiones teólogos modernos, que en la formación de la concepción cristiana de la Trinidad no puedan establecerse influencias egipcias o que sean muy escasas. Lo, cierto es lo contrario... Triadas de dioses aparecieron ya en épocas primitivas. Hay una gran cantidad de triadas arcaicas en las religiones antiguas y exóticas que no necesito mencionar. La ordenación en. triadas es un arquetipo histórico-religioso en el que debió apoyarse originalmente la Trinidad cristiana. Con frecuencia estas tríadas, no están constituidas por tres personas divinas diferentes, independientes unas de otras, sino que puede advertirse una tendencia señalada a destacar ciertas relaciones de afinidad dentro de la tríada... Es difícil comprender qué motivo indujo a los teólogos protestantes a querer presentar las ideas cristianas como algo caído del cielo en tanto que la Iglesia Católica es lo suficientemente liberal para ver en el mito de Osiris-Hor'us-Isis una .leyenda cristiana de la redención, por lo menos en los aspectos en que hay correspondencia entre el uno y la otra».