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Cuando la Religión y la Ciencia eran amigas..

22/06/2014 18:10 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Increíblemente, uno de los mecenas más importantes de la Ciencia fue la Religión, que le ayudó a fabricar uno que otro milagrito... Los enemigos reales de la Ciencia y de la Religión son el fanatismo y la ignorancia.- Jean Bernstein

En el siglo I DC los griegos no daban crédito a lo que veían sus ojos y es que en los templos donde había trabajado Herón de Alejandría, a quien algunos llamaban El Mago, resultaban ser residencia habitual de los dioses. Las pruebas de que las divinidades escogían aquellos templos como su morada eran claras y podía verlas cualquiera que por allí pasase. Las puertas se abrían solas y cuando entrabas se escuchaba música celestial. Una vez dentro, en un altar podías ver una esfera luminosa levitando como por arte de magia, en otro altar podías contemplar con tus propios ojos como los dioses danzaban a su alrededor y en otro podías realizar libaciones (arrojar una bebida como ofrenda a un dios) con ellos en persona. 

Lo que la mayoría de la gente desconocía es que aquello nada tenía que ver con la divinidad ni la magia: no era más que simple ciencia. Debemos de ponernos en el lugar de aquellas personas. Imaginemos un griego del siglo I que se acerca al templo para realizar sus habituales rezos matinales y cuando hace su primera ofrenda, encendiendo un fuego en el altar a la entrada del templo, observa como la grandes puertas del templo se abren solas sin ayuda de nadie. El creyente entra en el templo y las puertas, otra vez solas, se cierran a sus espaldas mientras de fondo se escucha el sonido de una trompeta.

El fuego calienta el aire que se expande aumentando la presión y empuja el agua llenando el contrapeso, que acciona el mecanismo para abrir la puerta. Cuando el aire se vuelve a enfriar, la presión disminuye y el agua vuelve a ocupar su lugar, el contrapeso se vacía y las puertas se cierran. En algunos modelos se aprovechaba el aire para hacer sonar algún instrumento. 

En estos momentos nuestro griego queda estupefacto, pero aquí no termina la cosa, pues en la penumbra del templo, en un altar que tiene en frente, observa como una esfera luminosa flota misteriosamente. 

Con las piernas temblando, nuestro amigo se aproxima hasta un altar donde podrá orar a los dioses de su predilección. El altar es redondo y no muy grande, y de nuevo ofrece otra ofrenda encendiendo un fuego encima de él. En instantes observa que la base del altar se ilumina y puede ver dentro a varios dioses que danzan alegremente mientras dan vueltas. 

El altar estaba hecho de cristal y al encender el fuego se ilumina su interior 

Un sacerdote que por allí andaba merodeando se acerca hasta el griego, quien no puede salir de su asombro, y le aconseja que para superar ese estado de nervios, haga unas libaciones a los dioses principales del templo, cuyo altar se encuentra al fondo. Le parece buena idea y acepta pero antes, debe de someterse a la prueba del cuerno. Con esta prueba sabrá que bebida será de más agrado para los dioses, el agua o el vino. El sacerdote saca un recipiente con forma de cuerno del que, según el capricho de los dioses, ha de brotar agua o vino. Los dioses en este caso querían vino. 

El recipiente tenía un mecanismo en el asa con el que se podía servir vino o agua a voluntad. 

El sacerdote acompaña al orante hasta una esquina donde hay un recipiente y le explica que el vino le costará un dracma. De su talego de cuero saca el dracma y con dificultad, pues el temblor de manos aún le acompaña, introduce la moneda por una rendija . Al instante, mágicamente, el vino comienza a fluir de un grifo llenando el vaso en su cantidad justa.

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La moneda se introducía por la parte superior y caía sobre la palanca levantando el tapón que dejaba salir el líquido. La moneda iba resbalando hasta caer al fondo haciendo que la palanca volviera a su posición inicial dejando de echar. 

Sin duda es la primera máquina expendedora de la historia. Tendrán que pasar casi 2000 años para volver a ver algo así. 

El sacerdote, apoyando compasivamente su mano sobre el hombro del griego, quien ya no sabe ni donde anda, lo acompaña hasta el altar más grande de todos, donde se levantan dos estatuas de dos dioses, ambas sujetan sendos vasos de libaciones. 

Enciende el fuego del altar y entre rezos comienza a levantar su vaso con las dos manos juntas, dispuesto a verterlo sobre el fuego. Al mismo tiempo, los dos vasos que sujetan los dioses comienzan a verter su líquido sobre el fuego haciendo con él la libación ritual. 

El calor del fuego aumenta la presión del depósito y empuja el líquido por los tubos ocultos en las estatuas hasta parecer que sale de sus vasos de libaciones. Cuando el fuego comienza a apagarse, el aire se enfría y el líquido deja de salir. 

Nuestro griego, venciendo su miedo, también realiza su libación con ellos hasta que el fuego se apaga. Pálido y con sudores fríos, da por terminada su rezo matinal abandonando el templo.

Herón de Alejandría, y la eolípila, la primera máquina de vapor Herón de Alejandría no era ningún mago, fue un ingeniero griego cuya genialidad podría compararse con la de Leonardo da Vinci. Tocó una gran cantidad de ramas de la ciencia como las matemáticas, la óptica, la hidraulica… Fue el primero en crear una máquina de vapor (aunque no le dio una utilidad práctica), el molino de viento, una bomba de incendios y casi cien inventos más.

Lo que podemos reflexionar es acerca de cuánto le debe la religión a la ciencia... para bien y para mal.


Sobre esta noticia

Autor:
Jean Bernstein (167 noticias)
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Opinión
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