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Yo no se los demás, pero en mi niñez, la navidad era sinónimo de fiesta, de amarrar hallacas (en mi casa se hacían al menos 200) de estrenar ropa y zapatos el 24 y el 31, de jugar con luces de bengala y, si tenía suerte, de probar un traguito de Ponche Crema con muuuucho hielo. ¡Ah! y por su puesto los juguetes, que era el fin último de tanta parafernalia.
Han cambiado muchas cosas desde entonces: ya no juego con explosivos encontrados en el piso, con la mecha cortica, porque de broma nos quedamos sordos mi hermano y yo al intentar encender uno.
Tampoco juego con bengalas luego de que mi hermana se incendiara el vestido color melocotón mientras jugaba con una de aquellas un 24 de diciembre (afortunadamente no hubo daños que lamentar, excepto por el vestido que estaba estrenando ese día).
Ya no amarro hallacas ni estreno ropa esos días (aunque sería lindo retomar esas costumbres) pero lo que no falta en mi casa en estas fechas; además de los turrones, panettones, hallacas, pernil y pan de jamón, es, sin duda, el ponche crema.
Sin temor a equivocarme esta fue la primera bebida alcohólica que probé en mi vida. Me gustaba por ser dulce y cremoso y por su parecido a la leche condensada (esto de comer dulce como que viene de nacimiento).
Por eso hoy he traído una receta fantástica para los amantes del ponche crema, que no dejará indiferente a nadie. Eso sí, no es apta para niños pequeños, es mas bien para esos niños grandes que quieren disfrutar una navidad a la venezolana con un toque diferente.