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03/06/2020

Por Pablo Javier Piacente. El gran sueño de Donald Trump es recuperar la América blanca y pura, "regresar a los años cincuenta del siglo pasado", como dice el sociólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel

Las próximas elecciones estadounidenses indicarán si contará con más tiempo para poder llevar adelante su proyecto, o el mismo quedará pendiente para otro momento. En cualquier caso, y con presidente de rostro negro o blanco, Estados Unidos seguirá siendo un país cuya multiculturalidad funciona como una fachada que esconde una realidad mucho más cruda.

Los latinos y su “sueño americano”

Utilizados como mano de obra barata por parte de una sociedad que los necesita y mucho, los inmigrantes latinos crecen década tras década como grupo poblacional en Estados Unidos. Abocados en un principio a áreas como limpieza o tareas agrícolas, poco a poco fueron avanzando hacia sectores como el comercio, empleos administrativos, educación y salud. Sin embargo, su salario es sensiblemente menor al de otros grupos.

Según el Pew Research Center, el ingreso anual promedio en el caso de los latinos que viven en Estados Unidos se ubica en los 25.000 dólares incluyendo todo tipo de empleos, y en los 34.000 dólares para quienes poseen un trabajo a tiempo completo. En tanto, el ingreso promedio de la población norteamericana en general se posiciona en los 52.900 dólares, de acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Estos datos corresponden a 2017, pero el Pew Research Center remarca que a pesar del avance de este grupo en la sociedad norteamericana su nivel de ingresos no ha variado sustancialmente desde 1990 hasta hoy.

El caso de la población afroestadounidense

Del mismo modo, la población negra estadounidense también se ve relegada con relación a la blanca, como si la lucha de Martin Luther King y tantos otros hubiera servido únicamente para que el racismo bajara por un tiempo sus banderas, pero siguiera siempre vivo y expectante, buscando una nueva posibilidad para ocupar el centro de la escena. Es que se trata de un proceso cultural fuertemente arraigado, que un presidente como Barack Obama ni siquiera pudo modificar mínimamente.

La violencia sistemática ejercida por la policía norteamericana, que seguramente no nace de los propios efectivos sino de una política de seguridad y de formación policial de “tolerancia cero” sostenida por el poder político y hasta incluso avalada por buena parte de la sociedad estadounidense, genera muertes, lesiones y traumas de todo tipo que “afectan desproporcionadamente a las poblaciones marginadas”, según la Asociación Estadounidense de Salud Pública (APHA, de acuerdo a las siglas en inglés).

Lógicamente, dentro de esos grupos se ubican principalmente los afrodescendientes, como así también los latinos y otros inmigrantes. Los estudios concluyen que los afroestadounidenses cuentan con 2, 5 más probabilidades de sufrir agresiones por parte de las fuerzas policiales.

La violencia como método

APHA indica que mueren más de 1.000 personas por año en Estados Unidos como consecuencia de la violencia policial, un número que se ha mantenido en la última década. Esto también repercute en las fuerzas policiales, que registran entre 100 y 200 muertes al año. Todo esto ha generado que la cuestión de la violencia policial se convierta en uno de los problemas más acuciantes de la salud pública en Estados Unidos.

En un mundo cuya complejidad en ocasiones nos impide entender y explicar, con un crecimiento constante de necesidades y requerimientos de múltiples grupos sociales con distintas identidades culturales, parece vital repensar el lugar y la acción de las fuerzas de seguridad.

Es clave que la educación de las mismas deje de lado nociones fuertemente coloniales, imperialistas y discriminatorias, a través de las cuales se justifica la violencia contra sectores de la sociedad que aún hoy, en pleno siglo XXI, siguen viéndose como “inferiores”.

Lamentablemente, esto no pasa solamente en Estados Unidos sino en todo el mundo, incluso en las propias sociedades del Tercer Mundo que se encuentran en incipientes procesos de decolonización, hacia el interior de las cuales también existen sectores marginados y oprimidos, como los pueblos originarios o los inmigrantes de países limítrofes.

¿Por qué la solución siempre es reprimir manifestaciones o reclamos, justificando la violencia a partir de algún hecho puntual que se encuentre por fuera de la ley? ¿No habrá que pensar un poco las cosas desde el otro lado, desde la postura de los eternamente excluidos e invisibilizados, para entender las causas de su comportamiento y empezar a resolver sus problemas?

Imágenes: Robert Balog y Candelario Gómez López en Pixabay.

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