El caso del candidato a juez del Tribunal Supremo estadounidense Brett Kavanaugh, acusado de intento de violación por una antigua compañera de estudios cuando él tenía 17 años y ella 15, se ha convertido en un símbolo del #MeToo, "Yo también", en la lucha de la mujer occidental contra las agresiones sexuales.
La guerra de #MeToo contra Kavanaugh, de 53 años, con grandes manifestaciones en su país y apasionados espacios en su contra en los medios occidentales, incluso derechistas, se debe parcialmente a que es católico practicante, defensor de la familia tradicional y antiaborto.
Pero sobre todo a que la profesora de psicología en Palo Alto, California, Christine Blasey Ford, de 51 años, narró emotivamente en las sesiones sobre la idoneidad de Kavanaugh en el Senado que sólo se libró de su violación porque él estaba borracho y ella pudo empujarlo y huir.
Parece imposible impedir que Kavanaugh sea uno de los nueve jueces vitalicios del Supremo que sentencian sobre grandes casos, actúan como tribunal constitucional y son propuestos por los presidentes del país para que el Senado apruebe su nombramiento.
Aunque acusar a un hombre de intento de violación sin pruebas 36 años después ?en España los delitos así prescriben a los 20 años, incluso los terroristas-- y bajo apoyo de campañas ideologizadas, genera muchas dudas.
Pero en EE.UU., al menos, decenas de millares de mujeres víctimas delitos sexuales denuncian a sus agresores, pero identificándolos con nombres y apellidos, y aún a costa de perder sus trabajos o su situación social.
La versión española de #MeToo acusa genéricamente a "los hombres" y llega a llamarnos a todos violadores potenciales, pero sin denunciar ni un solo nombre de los verdaderos en el mundo del cine, del teatro, de la televisión, la prensa, la política o de cualquier trabajo.
La eurodiputada Marina Albiol acaba de dimitir como portavoz de IU en el Parlamento Europeo ante la falta de apoyo a sus denuncias de acoso, incluso físico ?sin especificar este último si es sexual o no--, de tres compañeros de grupo, y tampoco sin atreverse a mencionar sus nombres, que son Javier Couso, Paloma López y Ángela Vallina.
Las mujeres españolas de #MeToo deben señalar personalmente a sus acosadores para evitar que se piense que callan por cobardía o porque ellos quizás les dan trabajo o canonjías, o que quienes las rondan pueden dárselos.
El cronista aún recuerda a una alumna de Periodismo en prácticas que proclamó ante varios compañeros: "Al gerente me lo tiro y me mete en nómina". Pasó una hora con él en su despacho, y entró en nómina. Militante de #MeToo, defiende ahora en sus artículos que los hombres son violadores por naturaleza
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