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Por Pablo Javier Piacente. Existen corrientes denominadas “espirituales” que promueven pensamientos, modos de vida y acciones que pueden ser más perjudiciales que la ausencia total de interés por el mundo de lo trascendente
“Todo lo que sucede, conviene” es un concepto que nos pone en nuestro lugar: no podemos controlarlo todo y hay fuerzas que no entendemos ni sabemos manejar aún. Perfecto. Pero mal entendida, esta idea lleva a muchos a una suerte de endiosamiento de la inacción.
Si la cuestión es aceptar cualquier cosa que nos pasa y seguir adelante como si nada, la voluntad humana es borrada de un plumazo de la realidad. Tanto los cambios internos, propios de la necesidad del hombre por mejorar su vida espiritual, como las modificaciones sociales tendientes al progreso de la humanidad en su conjunto nacen necesariamente del ejercicio pleno y vigoroso de la voluntad humana, de su rebeldía para dejar atrás situaciones que le generan insatisfacción.
El quietismo puede ser un lugar cómodo y pacífico, porque nos libra de la necesidad de sumergirnos en el barro de la verdad que deseamos cambiar, pero al mismo tiempo es un autoengaño y una posición cobarde. “Armonizo”, “vibro en sintonía con el cosmos” y “soy un ser de luz” no porque superé mis miedos, los enfrenté y encontré un camino de realización personal, sino porque niego mis contradicciones profundas, las evado y pongo en su lugar un “mundo feliz” que no existe.
La “espiritualidad light” que vende el sistema y que está de moda nos presenta un sendero de cambios mágicos que requiere de una especie de “lavado de cerebro”, una lobotomía autoinfligida que supone “desprenderse de la mente” y “hacer callar a los pensamientos”, porque aparentemente los mismos nos confunden y nos alejan de nuestro centro. ¿Cómo?
La esencia misma del ser humano y su diferencia primordial con el resto de las especies que pueblan este planeta se encuentra en el fabuloso desarrollo de su cerebro. Por supuesto que es imprescindible conectarlo con nuestro mundo emocional, con el universo de la intuición y con los planos espirituales que, cada día más, sabemos que existen y que nos influyen.
También es muy importante controlar el flujo de pensamientos que, en determinadas circunstancias, pueden llegar a estresarnos y a generar tensiones innecesarias. Es igualmente interesante analizar los pensamientos e intentar enfocarnos en aquellos que nos llevan a una actitud positiva frente a la vida. Pero todo esto es muy diferente a anular la mente y “dejar hablar únicamente al corazón”. Son cosas muy distintas.
En el mismo sentido, llevar una actitud positiva no significa negar la angustia o la tristeza. Aquí encontramos otro de los grandes engaños de la espiritualidad “express”. La persona que sigue estos postulados se siente en la obligación de “estar siempre bien”, de vivenciar una felicidad que nunca, aunque nos pese, será permanente. Esto ha dado lugar a una patología que los especialistas denominan “positivismo tóxico”.
Quizás debamos aceptar con mayor naturalidad que la tristeza, la angustia y la negatividad también nos constituyen, haciendo necesario que las vivamos de manera consciente y detectando un límite para las mismas, evitando que se eternicen y den lugar a problemáticas psicológicas. Aquí nuevamente cobran vital importancia la voluntad y la rebeldía, que nos llevarán a obtener la fortaleza imprescindible para buscar nuevos caminos de autorrealización.
En un mundo caótico por donde se lo mire, en el cual las personas pueden desestabilizarse emocionalmente con mucha facilidad, la espiritualidad tomada a la ligera y diseñada únicamente para vender, sin ninguna clase de responsabilidad sobre los efectos que genera, puede llegar a ser muy peligrosa y negativa. Agudicemos nuestra atención para detectar esta clase de engaños y entendamos que las soluciones más profundas y sólidas para nuestros problemas siempre vienen de la mano del esfuerzo continuado y de la perseverancia a lo largo del tiempo.
Imagen: Avi Chomotovski en Pixabay.