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H Abía ido a Nueva York por negocios, y como debía quedarme en la ciudad, alrededor de un par de semanas, quise aprovechar mi estancia allí para cumplir uno de mis sueños, correr el Maratón, sin duda alguna uno de los más famosos del mundo. Las fechas de mi estancia en Norteamérica coincidían con la prueba, y por nada del mundo iba a desaprovechar una oportunidad así, además para mí, participar en aquella experiencia deportiva era lo máximo a lo que podía aspirar como atleta aficionado.
El aliciente era enorme, para poder correr en una ciudad mundialmente famosa, sobre todo a través del cine, pero que nunca había tenido la oportunidad de visitar físicamente, aunque la conocía muy bien después de haber visto en la tele todo tipo de reportajes, además de ser escenario natural de un gran número de películas, que como buen amante del cine, visioné con enorme placer, pero lógicamente, no es lo mismo, así que tener la posibilidad de ir pisando el asfalto de sus calles disfrutando de cada zancada, me dio una motivación especial para participar en aquel grandioso evento deportivo. Había corrido varias veces en otras carreras populares, pero siempre en sitios cercanos a mi localidad de residencia, incluso en otros lugares a nivel nacional, pero la competición americana, era mi primera experiencia internacional, y la motivación para zamparme 42 kilómetros y 195 metros, era extraordinaria.
Después de participar (no recuerdo ni en el lugar que quedé) me di cuenta, que todas las carreras son iguales, lo mismo da que sean en España, Estados Unidos o en Australia, al final la conclusión que sacas, es que correr es como la vida misma, si te paras no llegas, y en tu libertad de elección está seguir adelante o arrojar la toalla. No obstante, sentí en mi interior una enorme satisfacción, primero por haber logrado realizar (y terminar) mi primer Maratón, y segundo por hacerlo en una ciudad tan mítica, como era para mí Nueva York, con la experiencia añadida de haber corrido junto a miles y miles de personas de todas las partes del mundo. Lástima, que al despertar me di cuenta, que todo había sido un sueño propiciado por el enorme entusiasmo que tenía por cumplir un deseo. Así que, como todos días, y después de haber hecho la digestión del desayuno, volví a la realidad, y salí a correr mis 10 kilómetros habituales (lo de los 42, ya lo dejaré para otra ocasión), y en otro escenario bien diferente, pues no es lo mismo dar zancadas por la Ciudad de los Rascacielos que hacerlo por Ciudad Agobio*, pero es lo que hay.
*Ciudad Agobio: Es un sitio como tantos otros, ni mejor, ni peor, pero cuando se lleva mucho tiempo viviendo en el mismo lugar, viendo las caras de siempre y donde nunca pasa nada nuevo, la monotonía y sobre todo la falta de aire fresco te acaban por agobiar sin remedio.