Varios miles de nacionalistas se manifestaron este fin de semana en Rennes, la capital de la Bretaña francesa, para exigir la anexión de la región vecina del País del Loira a la suya, proponiendo la capital de la nueva Bretaña Grande sea Nantes, la del territorio que quieren absorber.

Por las calles de Rennes, una ciudad de 208.000 habitantes, sonaban cientos de gaitas bretonas a cuya cabeza aparecía el padre del renacimiento europeo de la música celta en los 1970, Alan Stivell.

La demanda, ya vieja, aprovecha la eclosión de los separatismos en varios países europeos, y pretende influir en la reorganización territorial del presidente François Hollande, que reduce de 22 a 14 las regiones del país.

La nueva Bretaña tendría así unos 60.000 kilómetros cuadrados y 6, 3 millones de habitantes, superficie algo menor que la suma de Cataluña y Valencia, aunque con la mitad de los habitantes de ambas CC.AA. españolas.

Los nacionalismos, enseguida separatismos, son contagiosos. Y aunque las regiones francesas carecen de las atribuciones de las autonomías españolas, sus patriotas siempre son expansionistas territoriales basándose en mitos o posibles vínculos geográficos, históricos o culturales, como el nacionalismo catalán invocando unos inexistentes "Països Catalans".

El nacionalismo bretón es como el de cualquier región española que denuncian como explotada por el centralismo.

Pero ese centralismo en realidad es una creación de las élites económicas, sociales y culturales de todas las regiones de un país que eligen un centro de encuentro de sus intereses para convertirlo en capital política y/o económica.

El contagio nacionalista que afecta a Europa trata de volver al Viejo Régimen, al absolutismo preilustrado y endogámico, y su romántica emotividad muestra un autoritarismo de corte místico, sin reflexión racionalista.

Y los intereses conjuntos de todas las regiones que forman los Estados frenarán esos movimientos.

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SALAS, con otro clásico.